jueves, 28 de agosto de 2008

Ensayo: Civilización vs. Barbarie

De acuerdo a donde uno se halle parado, sea en las afueras de una ciudad o en la mismísima capital, las personas suelen cambiar. No solo sus costumbres sino que también, su esencia. También la forma de pensar y particularmente, la forma de relacionarse con los demás. Esto puede sonar raro para quien nunca atravesó la muralla que nos mantiene en la urbe, alejados del “otro” mundo, a saber, el mal denominado campestre. A veces catalogado también como retrasado y aburrido. Como si vivir en la ciudad capital fuese lo más excitante de nuestras irritadas vidas. Cabe hacernos esa pregunta para intentar responder otro interrogante: ¿será más fácil vender nuestra alma al diablo en la ciudad?
Por un lado, al hallarnos en las grandes ciudades podemos pensar que estar siempre a la moda, conocer todos los avances tecnológicos, asistir a grandes eventos o shows -en términos de la globalización- e ir a comer a modernos y costosos restaurantes es lo mejor que nos pudo pasar. Estar al tanto de absolutamente todo –hasta cuánto cobra Angelina Jolie por película- es fabuloso. De vez en vez, uno se encuentra caminando por las calles porteñas de noche, con un escenario de luces provenientes de edificios que brillan por la ausencia de las estrellas y cree que “no hay nada” como estar ahí. También es válido pensar que en la ciudad somos exitosos: tenemos todo al alcance de nuestra mano. Podemos conseguir buenos trabajos, lucir ropas fashion de oficina tomando café y comprar autos bonitos. Al parecer aburrirse no está permitido. O eso al menos creemos. Claro está que ese es sólo un modo de vivir la metrópoli. Hay quienes desarrollan otros tipos de actividades que no incluyen el consumo de revistas, cenas en lujosos sitios y demás. Pero lo cierto es que la mayoría, vivimos sumergidos dentro de la muralla que nos mantiene dentro de la “civilización”. No podemos imaginarnos –repito, en su mayoría- ordeñando vacas y sin mirar televisión antes de irnos a dormir o chequear los e-mails. Eso es como la mismísima barbarie. Ahora bien, por otro lado hallarse en la ciudad puede no ser tan magnífico. La ciudad es también macabra y tiene una doble vida. Puede mostrarse atractiva, y claro está que lo es, pero también es engañosa. No todos tenemos las mismas oportunidades, la pobreza y el analfabetismo existen, la polución es inminente y las palabras ya casi ni tienen valor. Además, suele crear un efecto deshumanizador en las personas, individualizarlas, promover la competencia entre ellas y hasta hacerlas correr al ritmo que ella dispone. Más aún, logra que sean seres interesados por razones pura y exclusivamente instrumentales y para beneficio propio. Rudas. Fatiga hasta el solo hecho de leerlo. La ciudad se nos mea de risa.
Por otro lado, hallarse en las afueras, en el interior de un país a veces denominado campo –es decir, todo lo que no es la ciudad- nos hace mirar a la ciudad con cierto recelo. La imagen de niños y adultos vagando por los campos rodeados de naturaleza, no dan lugar a la maldad. Las personas se relacionan de manera directa y su contacto no es promovido por razones instrumentales. Todos viven felices sin sentir la necesidad de competir y verse más bellos. La ciudad no se entromete en sus vidas. El único reloj que poseen es el del sol, quien dicta a qué hora se come, se duerme y se empieza a trabajar. Hay una especie de espíritu solidario, siempre se está dispuesto a darle una mano al otro sin esperar nada a cambio. Esto es lo que se siente cuando se sale de la urbe. Esto nos hace dar cuenta de que no estar allí también puede ser fabuloso, nos da cuenta de que existe otro mundo o lugar posible y no necesariamente donde el hastío nos invada. En cierto punto nos modifica. Parecería que surge como un efecto humanizante, seguramente porque salen a la luz nuestras peores miserias aprendidas inconscientemente en el asfalto. Nos damos cuenta de la enorme cantidad de veces que quisimos propasar al otro, engañarlo y hasta conseguir beneficios y lucrar con el sufrimiento de otro.
Con todo esto, quiero demostrar que sí es más fácil vender nuestra alma al diablo en la ciudad. Allí tenemos todo al alcance de nuestra mano: hacer trampa también. Para no ser del todo extremista también puedo reconocer que en el interior, en el campo y todas sus otras denominaciones de seguro podemos también traicionarnos. Pero sostengo que la ciudad nos tienta aún más; promueve ello. En suma, tampoco pienso que todos deberíamos ir a vivir al campo. Lo que simplemente me gustaría resaltar es que a veces nos hace bien salir un poco de la pista a respirar, como dice una canción. La civilización nos da más oportunidades de joder nuestra condición humana, estando allí somos un ser, más temible por cierto. En la barbarie, en el campo, en todo lo que no es ciudad, solemos transformarnos en personas más humanas, más escrupulosas; miramos la pobreza y el hambre con otros ojos y eso nos produce cierta congoja.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

sos muy virga locaaaa!!!!dedicate a otra cosa!!!sos re grasa gata!!!aprende a hacer informes y despues hablamos ignorante

Anónimo dijo...

es bueno __y elpibe de arriba mas bien Qe ordeñe vacas ¡¡¡ locoo

Anónimo dijo...

ESTA MUI BUENO... TE FELICITO (: ME INTERESO MUCHO.